LA “CABECILLA” QUE MATÓ A JFK

 

Y

 

EL DISCURSO QUE SELLÓ SU DESTINO

 

WITH ALAN WATT

 

Diálogo registrado por Alan Watt – 6 de julio de 2006 (Exceptuando la  música, el discurso, el vídeo y las citas literales)

 

WWW.CUTTINGTHROUGHTHEMATRIX.COM

www.alanwattsentientsentinel.eu

 

Hola. Soy Alan Watt hablando desde www.cuttingthroughthematrix.com y también en www.alanwattsentientsentinel.eu . Quiero hablar sobre las sociedades secretas que se han convertido en auténticas fan de este tema; de esta teoría de conspiración que fue lanzada desde lo más alto para que se convirtiera en una vía paralela que desvirtuara la verdad. En realidad la historia está llena de conspiraciones ideadas por uno u otro grupo y que se suceden una tras otra a través de los tiempos.

 

Oliver Stone, en su película JFK, nos muestra el grupo que mató al Presidente. El momento es cuando nos muestra el encuentro en el parque, junto al Memorial de Washington y cuando preguntan: “¿Quién tiene el poder de hacerlo?” Es entonces cuando la cámara comienza a desplazarse lentamente hasta hacer que los dos hombres parezcan apenas dos puntos sentados en el banco. En perspectiva aparece el monumento en su totalidad, el símbolo, el obelisco de la auténtica sociedad secreta sobre todas las pequeñas instituciones masónicas. Los tipos reales. Los tipos reales que son, si nos damos cuenta, la clase dirigente. Ellos fueron los que le mataron.

 

A esto le sigue el discurso dado por JFK en el Hotel Waldorf Astoria en Nueva York, en abril de 1961, dirigido a la Asociación Nacional de Editoriales Periodísticas - The National News Publishers Association- . Dura unos 19 minutos. En este discurso JKF habla sobre la necesidad de eliminar las sociedades secretas en el gobierno. Él era consciente de su existencia en su tiempo. En realidad siempre han estado ahí. Este discurso selló su destino. Ésa es la auténtica razón, la razón verdadera por la cual él fue asesinado en público. Ejecutado públicamente, astutamente, como dirían los altos masones. Fue realizado de forma astuta, en público, según iba en su coche y el sol iluminaba su cabeza.

 

Aquí incluyo un clip de Oliver Stone, antes de nada.

 

“Es toda una pregunta, ¿verdad? ¿Por qué? El cómo y el quién no es sino decorado frente al público. Oswald, Ruby, Cuba, la Mafia; sirven para mantener al público conjeturando todo el tiempo, como si se tratara de un juego de mesa que hace que no llegue a formular la pregunta más importante; ¿por qué? ¿Por qué mataron a Kennedy? ¿Quién se beneficiaba? ¿Quién tenía el poder de cubrirlo?, ¿quién?”

 

Ahí lo tenemos. Ahí tenemos la prueba descarada en nuestras caras, prueba de que lo que nos dicen y muestran abiertamente en las películas no es entendido y no hace que la gente llegue a tomar conclusiones a no ser que se les incite a ello, como decía el Sr. Brzezinski. Justo tras esa parte tenemos el discurso dado por JFK en el Hotel Waldorf Astoria a la Asociación Americana de Editoriales Periodísticas Nacional News Publishers Association- en el que selló su destino al ser el primer presidente que verdaderamente y de forma pública habló sobre la necesidad de deshacerse de las sociedades secretas, no sólo en el gobierno, sino también en toda la sociedad; y romper así su liderazgo encubierto sobre todos nosotros. 

 

DISCURSO DE JOHN F. KENNEDY, 27 DE ABRIL DE 1961

 

El Presidente y la Prensa: La Asociación Americana de Editoriales Periodísticas

 

[American Newspaper Publishers Association]

 

Hotel Waldorf Astoria, Nueva York

 

Sr. presidente, damas y caballeros:

 

     Agradezco enormemente su generosa invitación para estar aquí esta noche.

 

     Ustedes soportan grandes responsabilidades en esta época. Hay un artículo que leí hace algún tiempo y que me recordó lo peculiarmente duro de la carga de los eventos presentes y que recaen en su profesión.

 

     Recordarán que en 1851 el New York Tribune, con el patrocinio y dirección de Horace Greeley, contrató como corresponsal de Londres a un oscuro periodista que atendía al nombre de Karl Marx.

 

     Se nos dijo que el corresponsal de exteriores Marx, pobre y con su familia enferma y desnutrida, constantemente apelaba por un aumento en su mísero salario de 5 dólares por entrega a Greeley y al editor en jefe Charles Dana; un salario que él y Engels desagradecidamente calificaron como “el más barato de los engaños burgueses”.

 

     Pero cuando todas sus apelaciones financieras fueron denegadas, Marx buscó a su alrededor otras formas de sustento y fama, hasta que finalmente acabó su relación con el Tribune, dedicando sus talentos en exclusiva a la causa que culminaría con la germinación mundial del Leninismo, Stalinismo, revolución y guerra fría.

 

     Si apenas este periódico capitalista neoyorquino le hubiera tratado con mayor amabilidad; si apenas Marx hubiera continuado como corresponsal, la historia podría haber sido diferente. Y yo espero que todos los editores recuerden esta lección cuando teman un aumento en su cuenta de gastos por cuenta de una solicitud de aumento de sueldo realizada por algún oscuro periodista que trate de reducir su pobreza. 

 

     He elegido como título para mis observaciones de esta noche: “el Presidente y la Prensa”. Algunos podrían sugerir que se enunciara de una forma más natural como: “El Presidente contra la Prensa”. Pero no es así como me siento esta noche.

 

     No obstante, es cierto que cuando un conocido diplomático de otro país demandó recientemente que nuestro Departamento de Estado repudiara ciertos ataques de la prensa hacia un colega suyo, se hizo innecesario de nuestra parte responder que esta Administración no era responsable de la prensa, y es que la prensa ya había dejado claro que no era responsable de la Administración.

 

     De cualquier forma, mi propósito aquí esta noche no es pronunciar el típico ataque en la llamada fiesta de la prensa. Al contrario, hace algunos meses que no he escuchado quejas de parcialidad política en la prensa, excepto por parte de algunos republicanos. Tampoco es mi propósito aquí esta noche discutir o defender que las conferencias de prensa presidenciales sean televisadas. Considero que es altamente beneficioso contar con unos 20 millones de americanos que regularmente ven estas conferencias desde sus casas y comprueban la inteligencia incisiva y la habilidad retórica de nuestros corresponsales en Washington, si es que puedo describirlos así.

 

     Finalmente, tampoco es la intención de estas observaciones examinar el adecuado grado de privacidad que la prensa debería conceder al Presidente y a su familia.

 

     Si en los últimos meses sus reporteros en la Casa Blanca han estado acudiendo a los servicios religiosos con regularidad, estoy seguro de que eso no les habrá hecho mal alguno.

 

     Por otra parte, soy consciente de que sus empleados y los fotógrafos de la prensa pueden quejarse de no estar disfrutando del privilegio de los cursos de golf locales que un día tuvieron.

 

     Es verdad que mi antecesor no objetaba como yo objeto el que se fotografíe mi habilidad golfística en acción. Pero, por otro lado, nunca ha sido un hombre de los servicios secretos.

 

     Mi tema de esta noche es uno mucho más sobrio que compete a editoriales y editores.

 

     Quiero hablar sobre nuestra común responsabilidad al encarar un peligro común. Los eventos de las últimas semanas quizá ayuden a iluminar el desafío  para algunos; pero la dimensión de esta amenaza se ha formado en el horizonte a lo largo de muchos años. Sean cuál sean sus esperanzas para el futuro, ya sea que esta amenaza se reduzca o que se tenga que vivir con ella, no hay escapatoria ni ante su gravedad ni frente al desafío completo a nuestra supervivencia y nuestra seguridad; un desafío que, de forma no convencional, confronta a cada una de las esferas de la actividad humana.

 

     Este desafío mortal impone a nuestra sociedad dos exigencias de interés directo tanto a la prensa como a la presidencia; dos exigencias que pueden parecer contradictorias en tono, pero que deben ser reconciliadas y cumplimentadas si queremos superar este peligro. Me refiero, primeramente, a la necesidad de muchísima más información pública; y, después, a la necesidad de mayor secretismo oficial.

 

     La misma palabra “secretismo” es repugnante en una sociedad abierta y libre; nosotros somos gente que por nuestra herencia e historia nos oponemos a las sociedades seretas, a los robles secretos y a los procedimientos secretos. Hace mucho que decidimos que los peligros de una excesiva ocultación, sin garantías de hechos pertinentes, superaban con creces los peligros que son citados para justificarlo. Inclusive hoy en día no hay gran mérito en oponerse a la amenaza de una sociedad cerrada al imitar la arbitrariedad de sus restricciones. Inclusive, hoy en día, no hay gran valor en asegurar la supervivencia de nuestra nación si nuestras tradiciones no sobreviven con ella. Y hay un gran peligro en que una necesidad anunciada de incrementar la seguridad sea tomada a cargo de aquellos ansiosos por expandir su significado al límite mismo de la censura oficial y la ocultación. No pretendo que se permita hasta el límite que está en mi control. Y ningún oficial de mi administración, sin depender de su rango, alto o bajo, militar o civil, debe interpretar mis palabras de esta noche como una excusa para censurar la información,  contener la disidencia, encubrir nuestros errores u ocultarle a la prensa y al público los hechos que merezcan conocer.

 

     Pero sí le pregunto a cada editorial, a cada editor y a cada periodista de la nación que reexamine sus propios estándares y que reconozca la naturaleza del peligro de nuestro país. En tiempo de guerra, el gobierno y la prensa han tenido la costumbre de unirse en el esfuerzo basado principalmente en la autodisciplina, para prevenir filtraciones no autorizadas al enemigo. En tiempos de “peligro claro y presente”, las cortes han retenido los privilegios de los derechos de La Primera Enmienda deben ceder espacio a la necesidad pública de seguridad nacional.

 

     Hoy en día no se ha declarado la Guerra y, a pesar de la dureza del esfuerzo, quizá nunca se declare según las formas tradicionales. Nuestra forma de vida está amenazada. Aquellos que hacen de sí nuestro enemigo están avanzando por todo el globo. La supervivencia de nuestros amigos está en peligro. Sin embargo, no se ha declarado ninguna guerra, no hay tropas avanzando sobre fronteras, no se han disparado cohetes.

 

     Si la prensa está esperando una declaración de guerra antes de que se imponga la autodisciplina propia de condiciones de combate, entonces, yo sólo puedo decir que nunca ha habido una guerra que planteara una amenaza mayor a nuestra seguridad. Si están esperando que surja un “peligro claro y presente”, entonces, solo puedo decir que el peligro nunca ha estado más claro y su presencia nunca ha sido más inminente.

 

     Se necesita un cambio de perspectiva, cambios en las tácticas, un cambio en misiones —por parte del gobierno, de la gente, de cada hombre de negocios o líder laboral, y de cada periódico. Y es que nos vemos enfrentados por una conspiración monolítica y despiadada que, alrededor del planeta, se apoya, principalmente, en métodos de encubrimiento para expandir su esfera de influencia—a través de infiltración en lugar de invasión, subversión en lugar de elecciones, intimidación en lugar de la elección libre, guerrillas nocturnas en lugar de ejércitos diurnos. Es un sistema que ha reclutado una vasta fuente de recursos humanos y materiales tejiendo una madeja impenetrable, una máquina altamente eficiente que combina el ejército, la diplomacia, la inteligencia, la economía, la ciencia y las operaciones políticas. 

 

     Sus preparaciones son ocultas, no se publican. Sus errores son enterrados, no aparecen en titulares. Sus disidentes son silenciados, no celebrados. No hay gasto que se cuestione, no hay rumor que se imprima, no hay secreto revelado. Gestiona la Guerra Fría, en pocas palabras, siguiendo una disciplina que recuerda a los tiempos de guerra y que ningún sistema democrático esperaría o desearía igualar.

 

     De cualquier forma, todas las democracias reconocen las restricciones necesarias de la seguridad nacional— y la pregunta permanece; ¿se debe observar más estrictamente estas restricciones si queremos oponernos a ese tipo de ataque de la misma forma que nos oponemos a una invasión exterior?

 

     Y es que la verdad respecto a este tema es que los enemigos de esta nación han alardeado abiertamente de adquirir a través de nuestros periódicos información que no habrían conseguido sino a través del pago a agentes, quienes la habrían conseguido por medio del robo, del soborno o del espionaje; que los detalles de la preparación secreta de esta nación para contrarrestar las operaciones enemigas encubiertas han estado disponibles a todos los periódicos, tanto amigos como enemigos, que el tamaño, la fuerza, la localización y la naturaleza de nuestras fuerzas, armamento y nuestros planes y estrategias para su uso, han sido publicados por la prensa y por otros medios de comunicación a un nivel suficiente como para satisfacer a cualquier poder extranjero. Este hecho en al menos un caso, la publicación de los detalles concernientes a un mecanismo secreto a través del cual los satélites podían ser seguidos, exigió que se dieran alteraciones; lo que conllevó un considerable gasto de tiempo y dinero.

 

     Los periódicos que publicaron estas noticias eran leales, patrióticos, responsables y estaban bien intencionados. Si hubiéramos estado sometidos a una guerra abierta, indudablemente no habrían publicado semejantes datos. Pero, en sin que estemos en una guerra abierta, reconocen únicamente las tesis de periodismo y  no las de la seguridad nacional. Mi pregunta esta noche es si no se haría necesaria la adopción de medidas adicionales.

 

     Ésa pregunta la deben responder únicamente ustedes. Ningún oficial público debe responderla por ustedes. Ningún plan gubernamental debe imponer sus restricciones sobre su voluntad. Pero yo estaría faltando a mí deber para con la nación si considerando todas las responsabilidad que ahora recaen sobre nosotros y contando con todos los medios con los que contamos para responder a esas responsabilidades, no destacara este problema ante ustedes, y no les urgiera a que lo consideraran en toda su extensión.

 

     En muchas ocasiones anteriores, he dicho —y sus periódicos lo han dicho en repetidas ocasiones—que hay momentos que apelan al sentido de sacrificio de todos los ciudadanos y a su autodisciplina. Se hace una llamada para que cada ciudadano sopese sus derechos y comodidades con el bien común. En la actualidad, no puedo creer que esos ciudadanos que sirven al negocio de la prensa se consideren a sí mismos exentos de esa llamada.

 

     No tengo la intención de establecer una nueva Oficina de Información de Guerra para controlar la corriente de información. No sugiero ninguna forma novedosa de censura o nuevos tipos de clasificación de seguridad. No tengo una respuesta sencilla para el dilema que les he presentado, y si la tuviera no trataría de imponérsela. Pero, invito a los profesionales del periodismo y de la industria de este país a que reexaminen sus propias responsabilidades, que consideren el grado y naturaleza del peligro presente, y que consideren el deber de la autolimitación en respuesta a ese peligro que se blande sobre nuestras cabezas.

 

     Todos los periódicos se pregunta a sí mismos, con respecto a cada historia: “¿Es noticia?” Todo lo que les sugiero es que añadan la pregunta: “¿Es en el interés de la seguridad nacional?” Y espero que todos los grupos en los sindicatos de América, entre los hombres de negocios y los oficiales públicos, a todos los niveles, se hagan la misma pregunta con respecto a sus esfuerzos, y que subordinen sus acciones a exactamente los mismos parámetros.

 

     Y en el caso de que la prensa americana considerara y recomendara la asunción voluntaria de nuevos pasos en la maquinaria, puedo asegurarles que cooperaremos de todo corazón con esas recomendaciones.

 

     Quizá no haya recomendaciones. Quizá no hay respuesta al dilema con el que se enfrenta la sociedad libre y abierta en una guerra fría y secreta. En tiempos de paz, cualquier discusión sobre este tema, y cualquier acción resultante, son ambas dolorosas y no tienen precedentes. Pero este es un tiempo de paz y peligro que no conoce precedente histórico.

 

     Es la naturaleza sin precedentes de este desafío lo que demanda su segunda obligación; una obligación que yo comparto: informar y alertar, con la seguridad de que los americanos conozcan todos los hechos con los que necesiten contar, y también que los entiendan; sus los peligros, las propuestas de nuestro programa y las opciones con las que contamos.

 

     Ningún presidente debe temer una estrecha observación pública de su programa. Ya que de esa estrecha observación surge el entendimiento; y de ese entendimiento surge el apoyo o la oposición, y ambos son necesarios. No pido que sus periódicos apoyen a la administración, sino que les pido su ayuda en la enorme tarea de informar y alertar a los americanos. Ya que tengo total confianza en la respuesta y dedicación de nuestros ciudadanos cuando estos están bien informados.

 

     No sólo no podría eliminar la polémica entre sus lectores, sino que le doy la bienvenida. Esta administración trata de ser franca en relación a sus errores; y es que como dijo un sabio: “Un fallo no se convierte en error hasta que no se le ha negado la corrección”. Es nuestra intención aceptar toda la responsabilidad por nuestros errores y esperamos de ustedes que los señalen cuando nosotros los pasemos por alto.

 

     Sin debate ni crítica no hay administración ni país que puede tener éxito y ninguna república puede sobrevivir. Ésta es la razón por la que el legislador ateniense Solon decretó que sería crimen el que cualquier ciudadano se encogiera de hombros frente a la polémica. Por ello es por lo que  nuestra prensa fue protegida por La Primera Enmienda –el único negocio en América específicamente protegido por la Constitución-; no precisamente para que deleitara o entretuviera, ni para que enfatizara lo trivial y lo sentimental, y no para que simplemente “diera al público lo que éste quiere”; sino para informar, para provocar, para reflejar, para pronunciar nuestros peligros y nuestras opciones, para indicar nuestras crisis y nuestras oportunidades, para liderar, moldear, educar y, a veces inclusive, agitar la opinión pública.

 

     Esto implica una mayor cobertura y análisis de las noticias internacionales— ya que no se trata más de algo lejano y extranjero, sino cercano y local. Implica una mayor atención para mejorar el entendimiento de las noticias al igual que mejoras en su transmisión. Implica, finalmente, que el gobierno, a todos los niveles, debe cumplir con su obligación de proveerles con la mayor cantidad de información posible fuera de los estrechísimos límites de la seguridad nacional; lo que es nuestra intención.

 

     Ya en el siglo 17, Francis Bacon se pronunció sobre las tres invenciones que estaban en ese momento transformando el mundo: el compás, la pólvora y la prensa escrita. Ahora, los enlaces entre naciones primeramente forjados por el compás han hecho que seamos ciudadanos del mundo, las esperanzas y amenazas de unos pasan a ser las esperanzas y amenazas de todos. En la tentativa de conseguir que vivamos juntos, la evolución de la pólvora, en sus últimas consecuencias, ha alertado al  hombre de las terribles consecuencias de su fracaso.

 

     Así que es de la prensa escrita; como registro de los hechos del hombre, el guardián de su consciencia, su mensajero de nuevas—de quien esperamos fortaleza y resistencia, confianza en que, con su ayuda, el hombre será lo que debe ser por nacimiento: libre e independiente.

 

Ahí lo tenemos. Contar la verdad puede ser extremadamente peligroso para la salud. No sólo ahora, sino en cualquier época. Es interesante observar que, cerca de la Plaza Dealey en Dallas donde su asesinato tuvo lugar, hay una intersección formada por un cruce que dibuja una tríada – el tridente con la pirámide, podríamos decir-. Cerca de ahí, los masones locales han erigido un monumento en memoria de la muerte de Kennedy. En realidad depende de cada uno el decidir si conmemora su muerte o si, en realidad, celebra con alardeos la dominación conseguida por los altos capos (cabecillas).Y es que han construido un obelisco sobre una rotonda. Sobre el extremo del obelisco colocaron una piedra en la forma de fuego y a sus pies hay un estanque exactamente igual a aquel que está en el Memorial de Washington, en el que el símbolo del fuego siempre está presente, junto con el objeto fálico. Fuego, espíritu, la fuerza impulsora que se refleja en el agua; lo femenino y la feminidad. Supongo que pusieron el estanque en Dallas para conmemorar su victoria simbolizando su total dominación del cielo y la tierra; lo que es toda una bravuconería de su parte, pero no deja de ser el significado de la torre fálica sobre su propio reflejo en el agua. El espíritu y la tierra; el cielo y la tierra.

 

La decisión de continuar con la farsa de estar viviendo bajo un gobierno elegido que se supone nos sirve o exigir total apertura como hizo Kenedy en su discurso frente a la Asociación de Editoriales Periodísticas, depende de nosotros. Si no tenemos apertura seremos dirigidos por el secretismo y el secretismo nunca cambia su dirección. Nunca cambia su apego al poder. Es un instinto totalitario. No podemos seguir viviendo bajo el secretismo. Si creemos que podemos continuar de esta forma, estaremos desahuciados.

 

Debemos alzarnos y demandar que se nos diga qué oficiales pertenecen a qué organizaciones secretas con secretos— como ellos mismos dirían—, y saber qué tipo de juramento de fidelidad hicieron frente al roble. Debemos descubrir quienes está siendo llamados a participar en esas organizaciones subalternas que son emplazadas por las logias menores y dirigidas a los grupos más importantes; porque aquellos que se unen al club de los que dirigen el mundo para sus futuros retoños lo dirijan para siempre jamás, tendrán que ser expuestos.

 

No tenemos elección en este asunto. Podéis ver cómo va el mundo. Nos dirigimos hacia una dictadura científica, con todos sus departamentos científicos. Todas estas enormes organizaciones internacionales son parte del sistema que tiene el control. No son independientes. Están unidas, forman parte de lo mismo y no nos queda mucho tiempo. Debemos hacer que todo esto quede expuesto y exigir apertura de inmediato.

 

NO PODEMOS VIVIR BAJO EL SECRETISMO.

 

El secretismo por su naturaleza presagia la enfermedad a aquellos que están fuera de lo conocido.

 

Gracias por vuestra atención. Adiós.

 

Traducido por Alberto I.